con la espuma del capuccino,
y ella me pedía al despertar
que le abrazara fuerte por la espalda
porque quería seguir soñando.
Llené el mundo de lluvia
con mil bailes entre sus rodillas.
Jugué con sus dedos, con su cuello,
con sus costillas, hasta que logré deshacerlos
y convertirlos en los pergaminos
con los que sueñan los náufragos.
Prometí besar cada lunar de su cuerpo,
perder la cuenta y comenzar de nuevo.
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