Vistas de página en total

domingo, 2 de octubre de 2016

Sí, los ojos hablan.

Me pone nerviosa el cruce de miradas, pero me gusta mirar a los ojos cuando hablo, fijar un contacto visual de comunicación sin palabras. Me gusta interpretar miradas, leerlas como un libro, colarme en lo que piensan. Hay miradas brillantes, con chiribitas, con ilusión, con ganas de besarte. Hay miradas apagadas, tristes, que piden abrazos, que encierran lágrimas. Hay miradas pícaras, de esas que pillas de reojo, de esas que se apartan cuando son pilladas y se sonrojan. Hay miradas en llama, con intención, con ganas de devorarte, que te desean, con ganas de raptarte y llevarte a cualquier otra parte. Hay miradas con odio, con decepción, que perdonan pero no olvidan, que durará el enfado unos cuantos días. Hay miradas nerviosas, que solicitan risas para estar tranquilas y pasar con éxito la primera cita. Hay miradas cansadas, o enfermas, que piden cama, que piden mimos, que piden besos en la frente. Hay miradas hundidas en el aburrimiento, distraídas, perdidas una y otra vez en las agujas del reloj. Hay miradas que te dan paz, que saben a hogar, que calman, que llegan en el momento más oportuno. Hay miradas bajitas pero con mágica, con sabor a ilusión, con nombre de infancia, soñadoras, con ganas de volar. Hay miradas sabias, con experiencia, con tres vidas vividas, con miles de historias, con batallitas que atrapan, que siempre serán jóvenes. Hay miradas asustadas, que les dan miedo lo desconocido, que necesitan una mano para ser valientes. Hay miradas seguras, que se comen el mundo, decididas, emprendedoras, sin miedo a equivocarse. Hay miradas y miradas, pero ninguna miente, no son capaces de engañarnos, muestran lo que el corazón siente. 
Sí, 
los ojos hablan.
Hay miradas que parecen estar hechas de todo lo que nos gusta, que literalmente te abren el cielo, que te llevan camino a Roma y a su viceversa.